viernes, 9 de julio de 2010

Las benditas suegras


 

Enrique Galván-Duque Tamborrel

Septiembre / 2010

 

 

Dicen que la suegra es como la estrella.... ¡Entre más lejos más bella!

Un amigo dice al otro: ¿Sabes que mi suegra es un ángel? El otro contesta: ¡Que suerte tienes, la mía todavía vive!

 

Como estos, existen muchos chistes y alusiones en torno a las comúnmente llamadas "suegras". La madre del hombre o la mujer con la que uno decide casarse. A pesar de que los hombres también se convierte en "suegros" cuando sus hijos se casan, socialmente existe un estereotipo en torno al papel que juegan las suegras en el entorno familiar y una serie de concepciones, fundadas o infundadas, sobre la forma en que la relación con ellas influye en el matrimonio.

 

Es curioso observar que muchas percepciones sobre la relación con las suegras, coinciden independientemente del entorno, la situación económica, el grado de cultura o la nacionalidad de las familias. Pareciera que en cualquier parte del mundo la gente advierte lo mismo a las personas que están por casarse: ¡Cuidado con tu suegra!

 

¿Porqué esta predisposición?; ¿porqué muchas veces las suegras son consideradas como las "causantes" de intromisiones y problemas en el hogar?; ¿porqué en ocasiones, sin conocerlas, son percibidas como un factor de conflicto?

 

Sería muy difícil dar una respuesta atinada a estos y muchos otros cuestionamientos. Seguramente habrá situaciones bastante complejas y casos particulares de problemas que obedecen a circunstancias completamente distintas y que son difíciles de resolver.

 

Pero no podemos negar que, en muchas ocasiones, lo que hace falta para llevar una buena relación con cualquier miembro de la familia, incluyendo a la suegra, se encuentra en uno mismo. En la capacidad para comprender, aceptar y perdonar a los demás. En la disposición para reflexionar, analizar las cosas desde la óptica del otro y aprender de la riqueza que nos brinda el ser distintos.

 

Para poder comprender a nuestras suegras, antes que nada debemos de partir de una premisa fundamental. Con el matrimonio de cualquiera de sus hijos, una mujer se enfrenta ante una indiscutible pero dura realidad, que posiblemente antes no había podido aceptar: sus hijos han crecido y a partir de ese momento, como ella alguna vez lo hizo, pretenden formar una nueva familia.

 

Es completamente comprensible la preocupación de una madre por que su hijo o hija contraiga matrimonio o comparta su vida con una persona que los haga felices, que los apoye y los impulse para desarrollarse en todos los aspectos de su vida, con el mismo esmero y atención con que ella lo hizo durante muchos años.

 

No podemos negar que también existe un humano temor a la soledad y al abandono por parte de los hijos. La dinámica en la que nos movemos nos aleja muchas veces de la convivencia de nuestros padres una vez que nos casamos. La suegra sabe esto muy bien, ella también lo vivió en algún momento y con el paso de los años ha comprendido lo que siendo jóvenes muchas no alcanzamos a ver: no hay nada más importante que el amor y los lazos con la familia.

 

Pero quizá una de las causas por las que muchas personas tienen conflictos con la tan multicitada suegra, es por lo difícil que le resulta al ser humano entender lo que significa la libertad. Cuando dos personas se casan, asumen el compromiso de comenzar una vida de pareja con toda la responsabilidad y los riesgos que ello implica. Uno está dispuesto a crecer con el otro; a caer y volverse a levantar, a enfrentar todos los retos que la vida traiga consigo. Los padres tienen un instinto natural a tratar de proteger a sus hijos y darían cualquier cosa porque no tuvieran que afrontar ningún problema. Seguramente, en muchas ocasiones, lo que quieren las suegras es advertir a los hijos sobre la forma en que consideran podrían solucionar los conflictos; o aconsejarlos desde su experiencia para sacar adelante alguna situación complicada; pero para algunas personas, la nada sencilla tarea de encontrar un equilibrio entre el brindar este apoyo y el respeto a la libertad y el entorno familiar de sus hijos, puede llevarlas a querer seguir influyendo sobre sus decisiones y no permitir que ellos mismos aprendan de sus errores y salgan adelante ante las dificultades.

 

El respeto a la libertad y a la forma de ser del otro, sin duda debe ser algo recíproco. Los hijos, nueras y yernos, también debemos de comprender a nuestros padres y suegros; respetar sus decisiones y su forma de vida; aceptarlos con sus defectos y aprender de sus virtudes. Cuando somos o seamos padres, o el día en que seamos suegros o suegras, comprenderemos del reto que implica el seguir queriendo estar cerca de nuestros hijos y a la vez respetar su entorno familiar.

 

He tenido el privilegio del ejemplo de generosidad de mi madre, quien cuidó a su suegra durante los últimos 20 años de su vida, con la dicha de haberla tenido en brazos al morir en paz, rodeada del amor de la familia. Cuento con la fortuna de tener una suegra a la que respeto y admiro por la entrega con la que ha cuidado y educado a sus tres hijos y la fortaleza con la que los ha sacado adelante. Mientras más pasa el tiempo, comprendo mejor que tengo mucho que aprender de ellas.

 

Estoy segura que bien vale la pena el darse la oportunidad de conocer y acercarse a esa mujer que con extraordinaria entrega, comprensión y paciencia cuidó y educó a la mujer o al hombre con el que uno ha decidido compartir la vida. Hay algo que no podemos negar, si no tuviéramos confianza de que la suegra hizo las cosas bien, uno no habría elegido a su hijo o hija como pareja.

 


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