miércoles, 9 de junio de 2010

Perspectiva femenina y masculina del sexo...

 

Querien Vangal
julio / 2007

 

El punto de partida es que existen dos realidades emocionales: La de él y la de ella.  Las raíces de estas diferencias emocionales, aunque pueden ser en parte biológicas también, pueden remontarse a la infancia y a los mundos emocionales separados en los que viven niños y niñas mientras crecen.

Existen muchas investigaciones sobre estos mundos separados en que las barreras están reforzadas, no solo por los juegos diferentes que prefiere cada uno, sino por el temor de las criaturas a ser ridiculizadas por tener "novio" o "novia".

Un estudio sobre las amistades de los niños reveló que las criaturas de tres años dicen que aproximadamente la mitad de sus amigos son del sexo opuesto; en los de cinco años es aproximadamente el 20% y a los siete años, casi ningún niño o niña dice que su mejor amigo es del sexo opuesto.

Estos universos sociales separados se cruzan escasamente hasta que los adolescentes empiezan a salir.

Entre tanto a los niños y a las niñas se les enseñan lecciones muy distintas acerca de cómo manejar las emociones.

En general los padres hablan de estas (con la única excepción de la ira) más con las niñas que con los niños.

Las niñas están más expuestas que los niños a la información sobre las emociones: cuando los padres inventan historias para contarles a sus hijos en edad preescolar, utilizan más palabras que expresan emociones cuando hablan con sus hijas que cuando lo hacen con sus hijos.

Cuando las madres juegan con los pequeños, muestran una gama de emociones más amplia con las niñas que con los niños; cuando hablan con las hijas de sentimientos, discuten más detalladamente el estado emocional mismo que cuando lo hacen con los hijos, aunque con estos entran en más detalles acerca de las causas y las consecuencias de emociones como la ira (probablemente como moraleja).

La investigación sobre las diferencias en las emociones de uno y otro sexo, proponen que debido a que las niñas desarrollan la facilidad con respecto al lenguaje más rápidamente que los chicos, son más expertas en expresar sus sentimientos y más hábiles que los varones para usar palabras que exploran y sustituyen reacciones emocionales tales como peleas físicas; en contraste, señalan, " los niños, para los que la verbalización de los afectos queda menos enfatizada, pueden ser absolutamente inconscientes de los estados emocionales, tanto de los propios como los de los demás".

A los diez años aproximadamente el mismo porcentaje de niños que de niñas es abiertamente agresivo, dado a la confrontación directa cuando están furiosos. Pero a los trece surge una reveladora diferencia entre ambos sexos: las niñas se vuelven más expertas que los varones en ingeniosas tácticas agresivas como el ostracismo, el chismorreo malévolo y las venganzas indirectas.

En general, los varones sencillamente siguen siendo discutidores cuando están furiosos y pasan por alto estas estrategias más ocultas.

Esta es sólo una de las muchas formas en que los adolescentes - y más tarde los hombres- son menos expertos que el sexo opuesto en los vericuetos de la vida emocional.

Cuando las niñas juegan juntas lo hacen en grupos pequeños e íntimos, poniendo el acento en minimizar la hostilidad y potenciar al máximo la cooperación, mientras los juegos de los varones se desarrollan en grupos más grandes y ponen el acento en la competición.

Una diferencia clave es la que surge cuando los juegos que desarrollan niños o niñas quedan interrumpidos porque alguien se lastima. Si un varón que se ha lastimado se siente mal, se espera que salga de en medio y deje de llorar para que el juego pueda continuar.

Si ocurre lo mismo en un grupo de niñas, el juego se interrumpe mientras todas se reúnen para ayudar a la niña que llora.

Esta diferencia entre niñas y niños representa la diferencia clave entre los sexos: los varones se enorgullecen de su autonomía y su independencia inflexible, mientras las niñas se consideran parte de una red de relaciones.

Así los varones se ven amenazados por cualquier cosa que pueda desafiar su independencia, mientras las niñas sienten lo mismo cuando se produce una ruptura en sus relaciones.

Y estas perspectivas diferentes significan que hombres y mujeres desean y esperan cosas muy distintas de una conversación: los hombres se contentan con hablar de "cosas" mientras las mujeres buscan la conexión emocional.

En resumen, estos contrastes en el aprendizaje de las emociones favorecen habilidades muy distintas: las chicas se vuelven "expertas en interpretar las señales emocionales verbales y no verbales y en expresar y comunicar sus sentimientos", y los chicos en "minimizar las emociones que tienen que ver con la vulnerabilidad, la culpabilidad, el temor y el daño".

En la literatura científica aparecen varias pruebas de estas posturas diferentes. Centenares de estudios han descubierto, por ejemplo, que como promedio las mujeres muestran más empatía que los hombres, al menos como queda establecido por la capacidad de interpretar a partir de la expresión facial, el tono de voz y otros indicios no verbales, los sentimientos no expresados de alguien.

Del mismo modo, suele ser más fácil interpretar los sentimientos, observando el rostro de una mujer que el de un hombre; aunque no existe diferencia en la expresión facial entre los niños y las niñas más pequeños, a medida que avanzan en la escuela primaria los varones se vuelven menos expresivos que las niñas.

Esto puede reflejar en parte otra diferencia clave: como promedio, las mujeres expresan toda la gama de emociones con mayor intensidad y más inconstancia que los hombres; en este sentido, las mujeres son más emocionales "que los hombres".

Todo esto significa que, en general, las mujeres llegan al matrimonio preparadas para jugar el papel de administradora emocional, mientras los hombres llegan con mucha menos apreciación de la importancia de esta tarea para ayudar a que la relación sobreviva.

En efecto, el elemento más importante para las mujeres – pero no para los hombres- en la satisfacción de su relación mencionada en un estudio de 264 parejas, fue la noción de que la pareja tiene "buena comunicación".

"Para las esposas, la intimidad significa hablar de las cosas profundamente, sobre todo hablar de la relación misma.

Los hombres en general. No comprenden lo que las esposas quieren de ellos. Ellos dicen: "yo quiero hacer cosas con ella y lo único que quiere ella es hablar".

Durante el noviazgo, descubrieron, los hombres estaban mucho más dispuestos a hablar de formas adecuadas al deseo de intimidad de sus futuras esposas. Pero una vez casados, a medida que pasa el tiempo, los hombres – sobre todo en las parejas más tradicionales- pasaban cada vez menos tiempo hablando de esta forma con sus esposas y encontraban la intimidad sencillamente en cosas como dedicarse juntos al jardín en lugar de hablar.

Este creciente silencio por parte de los esposos puede deberse en parte al hecho de que, en todo caso, los hombres son eternos optimistas con respecto a la situación de su matrimonio, mientras sus esposas son más sensibles a los problemas; en un estudio llevado a cabo con matrimonios, los hombres mostraban una visión más optimista que sus esposas acerca de los distintos aspectos de la relación: el acto amoroso, las finanzas, los vínculos con la familia política, la forma en que se escuchan mutuamente, cuántos de sus defectos tienen importancia.

Las esposas por lo general, son más ruidosas que los esposos con respecto a sus quejas, sobre todo entre parejas desdichadas.

Combinemos la visión optimista de los hombres con respecto al matrimonio con su aversión a las confrontaciones emocionales, y es evidente por qué las esposas se quejan tan a menudo de que sus maridos intentan esquivar la discusión de los temas conflictivos de la relación.

Desde luego, esto es una generalización y no es real en todos los casos: un amigo psiquiatra se quejaba de que su esposa es reacia a discutir los problemas emocionales que existen entre ellos y es él quién debe plantearlos.

La lentitud de los hombres para plantear los problemas de la relación, se combina sin duda con su relativa falta de habilidad cuando se trata de interpretar la expresión facial de las emociones. Las mujeres, por ejemplo, son más sensibles a una expresión de tristeza del hombre que ellos para detectar la tristeza de una mujer.

Así, la mujer tiene que estar muy triste para que un hombre note sus sentimientos de inmediato, sin mencionar que plantee la pregunta de cuál es el motivo de su tristeza.

Consideremos las implicaciones de esta brecha emocional entre ambos sexos, con respecto a la forma en que las parejas se enfrentan a las quejas y desacuerdos que cualquier relación íntima inevitablemente provoca.

De hecho, temas específicos tales como con cuanta frecuencia hacer el amor, como disciplinar a los hijos o cuantas deudas y ahorros resultan aceptables, no son los que unen o rompen matrimonios.

En todo caso, es la forma en que una pareja discute esos temas críticos, lo más importante para el destino del matrimonio.

El simple hecho de haber alcanzado un acuerdo acerca de cómo discrepar es clave para la supervivencia marital; hombres y mujeres tienen que superar las diferencias innatas de sexo para abordar las emociones más fuertes. Si no lo logran las parejas son vulnerables a la escisión emocional que finalmente puede quebrar su relación.

 

 



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