lunes, 28 de junio de 2010

Ser padre de una familia numerosa

Querien Vangal

Agosto / 2007

 

 

Aunque, objetivamente, pienso que una familia de seis hijos apenas alcanza el título de numerosa, no deja de causarme cierta extrañeza que cuando se menciona el hecho no falta el rumor de la gente entre sorprendidos y risueños.

 

Y digo extrañeza porque siendo parte de una familia numerosa, en un país en el cual la familia grande hasta hace muy poco era lo normal, no puede dejar de extrañarme que la campaña antifamilia y el eslogan que "una pequeña vive mejor" haya calado tanto en tan poco tiempo entre mis paisanos. Lo anterior viene a que en los últimos años, con lo de la celebraciones de los Días de la Madre o del Padre, es notorio que entre los grupos de padres de familia de centros educativos se repite el mismo fenómeno.

 

Insisto siempre en que se mencione la cantidad de hijos que tengo porque mi "carrera" de padre es tan o más importante que las hechas en distintos momentos de mi vida y me enorgullezco más de mi familia que de unos diplomas que algún día terminarán carcomidos por la polilla o en el fondo de un cajón, junto a muchos otros papeles inútiles. Se lo he oído decir muchas veces a mi colega doña Gracia Zúñiga de Villeda Bermúdez: no tener familia es la peor pobreza; tener una, la mayor riqueza. Y estoy totalmente de acuerdo con ella.

 

Que a seis hijos no los puedo llevar a Disney, me tiene sin cuidado. No sé de nadie que haya llegado a ser más feliz en la vida por conocer al ratón Miguelito. Que no pueda cambiar carro cada uno o dos años, tampoco me importa. Mis padres tuvieron su primer carro hasta muy entrados en la vida y fueron imponentemente felices, tanto que hoy ambos están en el cielo. De otros que les dieron "todo" a sus hijos no estoy tan seguro.

 

La gente anda tan confundida que no ve como un acto de generosidad tener una familia numerosa. Creen que ser generosos consiste en regalar ropa vieja y las "sobras" de la semana. En mi casa la ropa se hereda y no queda en condiciones para regalarse y nunca sobra nada de comida. De modo que el mayor acto de generosidad que mi esposa y yo queremos realizar es regalarle a Honduras seis personas bastante normales, con virtudes y defectos, pero que valoran la vida familiar y entienden que no son un estorbo para nadie y deben amar y servir a este país.

 

Hemos procurado que sepan distinguir, claramente, lo moralmente lícito de lo que no lo es, de esta manera habrá seis sinvergüenzas menos en este país. Y con esto nos damos por satisfechos, es más que suficiente.



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