Enero / 2007 La cuenta anahuaca del tiempo tiene la misma característica de dualidad que posee todo pensamiento nahua; en donde cada uno de los seres humanos está consciente de ser parte de la totalidad que se conoce como universo. Esta palabra es latina, universum, y significa 'lo que gira al unísono', de uni 'uno' y de versare 'girar'. Es lo mismo que ocurre cuando uno de nosotros está ante un espejo: nuestra presencia física genera una imagen virtual. Ante el universo cada ser humano está consciente de su dualidad esencial. Lo que en español recibe el nombre de universo' en lengua nahua se llama ometeotl, que existe en el omeyocan, concepto que puede comprenderse a medias utilizando la palabra griega kósmos en su sentido de 'espacio'. Para comprender ambas palabras nahuas es necesario hacer algunas precisiones. Lo primero es que ambos conceptos describen la realidad esencial última: que es dual. En esta circunstancia, Ometeotl es todo lo que existe y Omeyocan es todo lo que no existe. Ambos son, a su vez, duales. En el caso de Ometeotl, la dualidad correspondiente es Omecihuatl 'dualidad paridora' y Ometecuhtli 'dualidad protectora'. En el caso de Omeyocan la dualidad está integrada por cacticac 'espacio libre' y por el cahuitl 'abandonamiento', es decir, por el espacio' y el tiempo' en su concepción esencial. Para comprender, aunque de manera parcial, que Omeyocan implica lo que no existe, hay que acercarse al pensamiento chino, cuando afirma que lo que nos permite tomar té en una taza es, precisamente, lo que no es la taza: lo que comprende el hueco rodeado por lo que sí es la taza. No existe ni en el pensamiento europeo ni en el pensamiento asiático un equivalente al concepto nahua de inexistencia del tiempo. En efecto, la palabra cahuitl significa literalmente 'dejamiento', que implica una acción dual: 'abandonamiento' y 'heredamiento'. Al reflexionar un poco sobre el tiempo es claro este nombre dual. El tiempo siempre nos abandona y siempre nos hereda. Este hecho nos refiere a la no existencia del tiempo. Al tiempo lo conocemos por lo que hereda, por los cambios que percibimos en lo que existe. De esta manera la no existencia permite comprender la existencia. Si el espacio y el tiempo existieran no existiríamos nosotros, es más, no existiría el universo. Esta realidad esencial es relativamente fácil de comprender desde la perspectiva de la ciencia europea moderna; que, vale tenerlo presente, fue fundada por Antonio Lorenzo de Lavoisier, hace apenas 200 años: con el descubrimiento de la ley de la conservación de la materia. En nuestro territorio nacional la existencia y la no existencia se comprendían desde hace miles de años, unos treinta mil, por los antiguos anahuacas. Acercarse al pensamiento nahua es, en consecuencia, descubrir una civilización más avanzada que cualquiera de las grandes civilizaciones reconocidas: la egipcia, la sumeria o la china. Con este referente esencial, nuestros ancestros desarrollaron un calendario dual que nos hace vivir continuamente nuestra realidad esencial: nuestra realidad ometeóica. Es preciso, por tanto, esclarecer esta realidad esencial de los seres humanos. Lo primero que se requiere es señalar el error cometido por los religiosos españoles que primeramente estudiaron la lengua nahua. Ellos quisieron ver en la palabra nahua teotl 'pupila' la palabra griega theós 'dios'. A lo largo de casi 500 años este error ha sido mantenido. En el presente ya se conoce la lengua nahua lo suficiente como para hacer evidente el error de los frailes. No obstante, los antropólogos insisten en mantenerse en el error de los religiosos, especialmente aquellos que insisten en llamar Mesoamérica, literalmente 'américa media', al territorio de Anahuac. Teniendo en cuenta el significado verdadero de la palabra teotl, es fácil comprender nuestra realidad dual. Considerando que ome significa 'dos', se comprende directamente uno de los dos significados de Ometeotl: 'dos pupilas'. Asimismo resulta evidente que la totalidad también puede ser llamada 'dos pupilas'. En efecto, si tomamos en cuenta el cielo diurno podemos ver que el Sol es como una pupila irradiante y que, en el cielo nocturno, Para comprender como es que los humanos somos lo que comemos. Nuestros alimentos provienen de semillas que se entierran en la tierra, que germinan cuando la lluvia las fecunda, que al salir al aire respiran como nosotros y que se fortalecen con la irradiación del Sol. En consecuencia, nosotros somos lo mismo que comemos: tierra, lluvia, aire y sol. En lengua nahua: somos Anáhuac, somos Tlaloc, somos Quetzalcóatl y somos Tonatiuh, o Tonateotl, como le llaman en el sur del estado de Veracruz. Es aquí donde ya se puede comprender el porqué de la dualidad en el calendario nahua y, en general, de los calendarios anahuacas: maya, totonaco, zapoteco, mixteco, etc... Considerando aquí el nombre nahua de esta lengua, nahuatlahtolli 'hablar armonioso', se comprende el afán armonizante de quienes desarrollaron originariamente nuestro calendario propio. Se buscó, a juzgar por la forma, una armonización entre lo humano y lo universal. La parte humana es la duración de nuestra gestación, 273 días, y la parte universal es el tiempo que transcurre entre dos momentos cósmicos: equinoccio o solsticio. Existen aún muchos observatorios construidos por los antiguos anahuacas para este fin. Este tiempo es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos; aproximadamente 365.25 días. Al buscar parámetros que armonizaran ambos tiempos, se encontró que 260 días, 13 veces 20 días, y 360 días, 18 veces 20 días, permitían organizar la cuenta del tiempo de manera dual: humana y universal. Al multiplicar 18 por 260 se obtiene 4,680, cifra que también se obtiene como producto al multiplicar 13 por 360. Esta cifra en días corresponde a un tlalpilli 'nudo' o 'atadura', integrado por 13 años o por 18 cuentas; en lengua nahua, 13 xiuhpohualli equivalen a 18 tonalpohualli. Los restantes 5.25 días tienen una cuenta aparte. Esta cuenta hace que se completen 260 días en 52 años, ciclo llamado xiuhmolpilli 'amarre de años'. De aquí resulta que cada 13 años se emparejan la cuenta individual y la cuenta universal. Esto hace evidente que nuestra cuenta propia mantiene una cuenta dual del tiempo, considerando continuamente nuestra realidad ometeóica. Esta contabilidad se mantiene para registrar efectivamente el paso del tiempo. Por esto mismo se consideran los 365.25 días de cada año. Esto hace que cada año empiece un cuarto de día más tarde que el precedente. Los europeos no toman en cuenta esta realidad, por eso su calendario no coincide con el paso del tiempo. El calendario gregoriano establece tres años de 365 por cada año de 366 días, que es llamado bisiesto. Esta simple consideración hace evidente que nuestra contabilidad del tiempo es real y la contabilidad europea es ficticia. Al considerar anualmente el cuarto de día que los europeos contabilizan cada cuatro años, se tiene que los días de cada año empiezan un cuarto de día después que los del año anterior. Efectivamente, como lo contabilizan los calendarios europeos juliano y gregoriano, cada cuatro años se vuelve a la misma hora de inicio de cada día. Nuestros abuelos anahuacas marcaron cuatro tipos de año: el año calli 'casa', en los que cada día empieza a la media noche, como en la contabilidad europea, el año tochtli 'conejo', en donde cada día empieza al amanecer, el año acatl 'carrizo', en donde cada día empieza al medio día y el año tecpatl 'pedernal', en donde los días empiezan al anochecer. En el presente estamos en izcalli 'renacimiento', el último mes del año yei tochtli 'tres conejo'. Concordando con lo anterior, todos los días empiezan a la media noche. El siguiente año será nahui acatl 'cuatro cañavera', por lo tanto empezarán los días al mediodía.
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