Por: Querien Vangal
Diciembre / 2006
La Virgen de Guadalupe
Introducción:
La Virgen de Guadalupe apareció en 1531, cuando habían pasado 10 años de lo que llamamos "La Conquista de México", y más propiamente, de la caída de Tenochtitlán y el poderío de los aztecas. A pesar de la conquista, no había una fusión ni una integración entre los indígenas y los españoles, comenzaba una incipiente mezcla racial, pero las costumbres, la religión, el gobierno y sobre todo el mestizaje estaba realizándose en un proceso lento y complejo.
La conquista había dejado heridos a los indígenas, los españoles no entendían el valor de la cultura indígena y se presentaban con dos caras: por un lado los padres amorosos y buenos (misioneros) y por otro algunos civiles o militares que abusaban de los indígenas en diversas formas. Los indígenas veían morir sus tradiciones, sus dioses y sus costumbres y los españoles veían idolatría y pecado en los indígenas. Parecían dos mundos irreconciliables, hasta las apariciones de la Virgen de Guadalupe Ella unificó la visión y fue cuna de la nación mexicana que hoy somos.
La religión azteca
Los aztecas tenían un número exagerado de dioses, según las diferentes citas de los cronistas, quienes mencionan por su nombre a algunos, destacando López de Gómara, Bernal Díaz del Castillo, y Fray Bernardino de Sahagún, quien dedicó un capítulo entero a hablar "de los dioses que adoraban los naturales de esta tierra que es la Nueva España" en su monumental obra Historia General de las Cosas de Nueva España. Una diosa madre resaltaba por encima de las demás: era Coatlicue-Tonantzin.
El distinguido investigador Justino Fernández, en su clásica obra acerca de Coatlicue, estética del arte indígena antiguo, se ocupó precisamente de estudiar el enjambre de formas y relaciones cosmológicas y sagradas que integran la imponente estatua de la diosa madre los mexicas.
Si se recuerda el mito mexica del nacimiento y primeras hazañas de Huitzilopochtli, se pueden comprender mejor los alcances del pensamiento del pueblo del Sol en torno a Coatlicue y a su hijo, el supremo numen protector de Tenochtitlán. De modo portentoso ocurrió la concepción de Huitzilopochtli, al introducirse en el vientre de Coatlicue una pequeña bola de plumas finas.
Al quedar encinta la diosa, sus otros hijos, Coyolxauqui (la de la máscara de cascabeles), y los Centzon Huiznahua (los cuatrocientos surianos), se encolerizaron, viendo que su madre estaba embarazada sin tener ya esposo, y por lo mismo, de manera deshonrosa.
Todo esto ocurrió en Coatepec, "la montaña de la serpiente", Coyolxauqui, identificada con la Luna, y sus hermanos, identificados con las estrellas, se pusieron en camino para matar a Coatlicue, pero Huitzilopochtli, en el seno de su madre, le hablaba y la tranquilizaba.
Cuando los cuatrocientos guerreros del sur, dirigidos por Coyolxauqui, iban llegando para asesinar a Coatlicue, nació Huitzilopochtli, quien se vistió de inmediato con insignias de capitán, y armado con una serpiente de fuego, decapitó a Coyolxauqui y exterminó a los Centzon Huiznahua.
Coatlicue, diosa de la tierra y diosa-madre, representa una "cosmovisión mitificada" en palabras de Justino Fernández, y también se le llamaba Tonantzin (nuestra madre), cuyo templo estaba en el cerro del Tepeyácac, según constata el p. Sahagún en su obra.
La ubicación del templo es lo importante, porque críticos antiguadalupanos, de religión protestante principalmente, sugieren que la Virgen de Guadalupe no es sino la antigua diosa Tonantzin de los aztecas, madre de Huitzilopochtli y de los aztecas. Ahí hay una conjunción entre la religión azteca y la religión cristiana, Síntesis y no Sincretismo, como anota el p. José Luís Guerrero. Ahora bien, ya Sahagún condena el culto a la Tonantzin, manifestando que es necesario aclarar a los indígenas que sus divinidades son "ídolos diabólicos".
La conquista, solo el primer paso para el nacimiento de la nación mexicana.
En su libro Flor y Canto del nacimiento de México, José Luís Guerrero empieza hablando de los orígenes del pueblo azteca, y dedica casi la totalidad del libro a hablar de la Conquista en sí, pero interesantemente, su libro culmina con la aparición de la Virgen de Guadalupe; como fin de una línea, de un proceso socio-cultural, en especial de los indígenas.
Donde los indígenas se marchitaban de tristeza ante lo que parecía el abandono de sus dioses, llamados "demonios" por los frailes, he aquí que de repente es el PRIMERO de los Dioses, el VERDADERO (Ométeotl), quien viene a ellos para darles como Madre a Su Madre: La Madre del Redentor.
Si recordamos el proceso de la conquista, fue muy dolorosa tanto para los indígenas como para los españoles. Por un lado en un principio los indígenas vieron a los españoles como "dioses" y pronto fueron decepcionados. Por otro lado, y por errores graves de táctica, los españoles que encabezados por Hernán Cortés perdieron 860 hombres de los 1,800 que iban con él en la batalla que culminó con el Árbol de la Noche Triste, además de que murieron casi la totalidad de sus aliados tlaxcaltecas. Más adelante la peste azotó Tenochtitlán y luego la ciudad fue sitiada y derrotada por Hernán Cortés después de 93 días de lucha incesante y de cortar los suministros alimenticios a la ciudad a través del canal de Chapultepec.
Tenochtitlán, en otros tiempos la ciudad más poderosa del Anáhuac, que había sojuzgado pueblos y señoríos por todo México, ahora era sólo un montón de ruinas y cadáveres, y los sobrevivientes no podían hacer ya nada sino llorar, y lloraron con gran amargura, como testimonian los famosos "icnocuícatl" (canto triste), de la Conquista:
"En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas.
Gusanos pululan por calles plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, como si las hubieran teñido,
y cuando las bebíamos, eran como agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra heredad una red de agujeros,
Con los escudos fue su resguardo.
Pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad."
ANONIMO DE TLATELOLCO, nos. 83-86
En tanto allá, a lo lejos, en el cerro del Tepeyácac, perdidas entre la desolación general, humeaban las ruinas de uno de tantos templos arrasado hasta el suelo por los soldados de Gonzalo de Sandoval; era el templo de Tonantzin, la madre de los mexicanos… (Cita textual de Flor y Canto del nacimiento de México)
El vacío y el enfrentamiento después de la conquista…
La Nueva España fue sensiblemente diferente, empezó a haber corrupción entre los indios, prohibición de costumbres y hasta de alimentos, sed de destruir por completo la cultura indígena, para "liberarlos" así de la idolatría a los demonios, pues eso eran los dioses del Anáhuac para los españoles, y en especial, para los frailes llegados al Nuevo Mundo.
La ceguera cultural impedía a los españoles darse cuenta de que todo lo que ellos creían bueno, y que en su mentalidad cristiana hasta les merecía la gratitud infinita de los indios, era precisamente, lo más cruel y triste para éstos, para quienes su religión y la devoción a los antepasados era lo más importante de la vida.
Los indios se sentían extrañamente dolidos ante los frailes, en quienes veían a padres amorosos que se entregaban a ellos incondicionalmente, pero al mismo tiempo, a verdugos fanáticos que destruían y atacaban toda su religión y cultura, sin ni siquiera intentar comprenderla o apreciarla.
Así mismo, muchos muchachos indios educados por los frailes, se dieron a la tarea de destruir los altares e ídolos de la familia ("jamás podremos hacerles conocer de veras a Dios, mientras de raíz no les hubiéremos tirado todo lo que huela a la vieja religión de sus antepasados". DURÁN, Fray Diego de, Historia de las Indias... tomo I, Prólogo, p. 5), acarreando el inevitable sentimiento de traición que eso significaba para sus padres; la destrucción de la autoridad y lealtad de los mayores significaba el fracaso de la sociedad india: De estos chicos fueron los que ahora llamamos Mártires de Tlaxcala, beatos.
Y todo esto les dolía más por venir de los frailes, a quienes amaban como a verdaderos padres; Padres y Verdugos al mismo tiempo, con lo cual el trauma era inevitable y profundo; por más que los frailes, con toda buena fe, consideraban su labor como una muestra de amor a los indios, para arrancarlos de las garras del Demonio y de la idolatría, para llevarlos a la causa de Cristo.
Pero para los indios, era simplemente una puñalada en la espalda decirles que eran idólatras, culpables y pecadores destinados al sufrimiento eterno precisamente por haber sido fieles a sus dioses y por practicar con sinceridad, devoción y lealtad su religión: Tales métodos produjeron muy escasos frutos, entre ellos Juan Diego Cuauhtlatoatzin, pero -finalmente– eran poquísimos los indios que superaban el trauma rápidamente; la gran mayoría -casi la totalidad– se negaba aún a dejar su identidad indígena.
El testimonio de Fray Pedro de Gante, en Carta al rey Felipe II con fecha de 1558, página 204 del Códice Franciscano, donde se refiere a los primeros años de la evangelización es elocuente: "y de esta manera, unas veces por bien y otras por mal, poco a poco se destruyeron y quitaron muchas idolatrías: a lo menos los señores y principales [...] empero la gente común estaba como animales sin razón, indomables, que no los podíamos traer al gremio y congregación de la Iglesia, ni a la doctrina, ni a sermón, sino que huían de esto sobremanera.."
De seguir las cosas así, los indígenas iban camino de la desaparición, sin ganas de vivir, sin ninguna salida, heridos en lo más profundo, acabados moralmente, destrozado su espíritu. Sólo una cosa los podía sacar de la zanja, y era una EXPLICACIÓN del horrible infierno que estaban viviendo, que les diera esperanzas y les restituyera la dignidad perdida –dignidad de ser colaboradores de los dioses-, que su pasado se revelara como aceptable y que la Antigua Regla de Vida, que ellos amaban y respetaban más que a nada, no fuera destruida, sino glorificada y plena.
Preguntémonos hoy, si podríamos nosotros aportarles ESO… con todos los recursos de que ahora disponemos, con toda la etnografía, antropología, teología post-Vaticano II y toda la buena voluntad imaginable que le pusiéramos… ¿Qué mente humana, pues, en el siglo XVI, bajo la desmenuzante vigilancia inquisitorial de gentes más que prontas a encender hogueras a la primera sospecha de heterodoxia, y cuya ortodoxia, en ese punto, exigía la intransigencia más radical, pudo hacerlo tan perfecta, discreta y naturalmente como lo hizo? (Cita textual de Flor y Canto del nacimiento de México.
Y llega la Virgen de Guadalupe: el Nican Mopohua
El Nican Mopohua relata, en forma vívida y poética los hechos que acontecieron en el cerro del Tepeyac, en la iglesia de Tlatelolco y en la casa del obispo de México, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, y de cinco apariciones de la Virgen de Guadalupe. Las primeras tres sólo a Juan Diego en el Tepeyac, la cuarta ante el obispo Zumárraga y cuantos estaban junto a él, al desplegarse el ayate del indio, y finalmente, una a Juan Bernardino, en la cual dice su nombre:
Santa María de Guadalupe.
Por la poesía náhuatl y el mensaje cristiano que contiene, el Nican Mopohua une lo que parecía inconciliable: la cultura mexicana náhuatl y la cultura cristiana española, para dar origen a un Pueblo Mestizo que sigue por mayoría la religión de los conquistadores, pero que tiene en su cultura, su lenguaje, sus lugares y sus costumbres, mucho de indígena.
La Virgen de Guadalupe representa para el mexicano la unión de lo Indio y lo Español, la Madre de unos y otros, apreciando su amor hacia sus hijos indios, nuestros antepasados, y su amor a nosotros ahora México. Esto se muestra en la misma imagen, que así manifiesta una fusión de lo indígena y lo español, la mujer con la luna, las estrellas, el ángel, embarazada, con rasgos indígenas y con un mensaje cristiano.
Todo eso contiene el Nican Mopohua, un relato del Gran Nacimiento de México, y más que un país un pueblo, una cultura, una sociedad, una idiosincrasia. El Nican Mopohua es un resumen del principal acontecimiento que permitió existir al pueblo mestizo mexicano; debe tener con ello su justa y destacable importancia, pues a partir del Acontecimiento Guadalupano, nace el pueblo mexicano actual; la España Renacentista y el México Indígena se fusionaban bajo el amparo de una misma Madre, de un mismo Dios, y en el Tepeyac quedó el testimonio milagroso de dicha fusión, que ahora podemos nosotros -sus hijos-, admirar y agradecer.
Nace una nación: la Nación Mexicana
Robert Ricard, en La Conquista Espiritual, (Proemio fechado en junio de 1932), Traducción de GARIBAY Angel María, Ed. JUS, México 1947, lib. 1, cap. 4, no. 2, pag. 199. "...es cosa cierta que la media de los bautismos fue mucho más elevada de 1532 a 1536 que de 1524 a 1532."
"Anduvieron los mexicanos cinco años muy fríos, o por el embarazo de los españoles y obras de México, o porque los viejos de los mexicanos tenían poco calor. Después de pasados cinco años, despertaron muchos de ellos y hicieron iglesias, y ahora frecuentan mucho las misas cada día y reciben los sacramentos devotamente" Motolinia Historia de los Indios de Nueva España, trat. 2, cap. 1, no. 190.
Más adelante da Motolinía una relación de cómo aquella frialdad inicial de los indios había cambiado abruptamente. Diríamos, emulando a Joaquín García Icazbalceta, "como por encanto": "Esto duró tres o cuatro meses, hasta que en un monasterio que está en un lugar que se llama Coauhchula [Huaquechula], los frailes se determinaron de bautizar a cuantos viniesen, no obstante lo mandado por los obispos; lo cual como fue sabido por toda aquella provincia, fue tanta la gente que vino, que si yo por mis propios ojos no lo viera no lo osara decir; más verdaderamente era gran multitud de gente la que venía ... porque digo verdad, que en cinco días que estuve en aquel monasterio, otro sacerdote y yo bautizamos por cuenta catorce mil y doscientos y tantos, poniendo a todos óleo y crisma, que no nos fue pequeño trabajo. Después de bautizados es cosa de ver el alegría y el regocijo que llevan con sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer. En este mismo tiempo también fueron muchos a el monasterio de Tlaxcala a pedir el bautismo, y como se lo negaron, era la mayor lástima del mundo ver lo que hacían, y cómo lloraban, y cuán desconsolados estaban, y las cosas y lástimas que decían, tan bien dichas, que ponían gran compasión a quien los oía, y hicieron llorar a muchos de los españoles que se hallaban presentes ... Los sacerdotes que allí se hallaron, vista la importunación de estos indios, bautizaron los niños y los enfermos, y algunos que no los podían echar de la iglesia; porque diciéndoles que no los podían bautizar, respondían: "pues en ninguna manera nos iremos de aquí sin el bautismo, aunque sepamos que aquí nos tenemos que morir" Ibidem, cap. 4, nos. 215 y 216.
Fray Jerónimo de Mendieta compara la conversión de la Nueva España con "la gran conversión de herejes en el año de mil y trescientos y setenta y seis, en Bulgaria", dice: "a la conversión y bautismo de esta Nueva España, tanto por tanto comparando los tiempos, pienso que ninguno le ha llegado desde el principio de la primitiva Iglesia hasta este tiempo que nosotros estamos." Historia Eclesiástica Indiana, Libro III, cap. 30, p. 275.
"Al principio comenzaron a ir de doscientos en doscientos, y de trescientos en trescientos, y siempre fueron creciendo y multiplicándose, hasta venir a millares; unos de dos jornadas, otros de tres, otros de cuatro, y de más lejos; [...]. Acudían chicos y grandes, viejos y viejas, sanos y enfermos. Los baptizados viejos traían a sus hijos [...] y los mozos baptizados a sus padres; el marido a la mujer y la mujer al marido. Y en llegando tenían sus aposentadores y enseñadores. Y aunque los más de los adultos venían enseñados y sabían la doctrina, tornábanselas ahí a reducir a la memoria, y a mejor enseñar y pronunciar, y catequizábanlos en las cosas de la fe. .. Tanto era el fervor que traían, que todos estaban en pie, y daban mil vueltas con la memoria al Pater noster, Ave María y Credo, con lo demás. Y al tiempo que los baptizaban, muchos recibían aquel sacramento con lágrimas. ¿Quién podía atreverse a decir que estos venían sin fe, pues de tan lejas tierras venían con tanto trabajo, no los compeliendo nadie..? [...] Después de baptizados, era cosa notable verlos ir tan consolados, regocijados y gozosos con sus hijuelos a cuestas, que parecía no caber en sí de placer."
MENDIETA, en Historia Eclesiástica Indiana, cap. 39, pp. 276-7
Motolinía, en 1537, (6 años después de la aparición), eran ya los mismos indios quienes evangelizaban, en Historia de los Indios..., trat. 2, cap. 7, no. 245. Los señores principales, a la par de su conversión, tuvieron que separarse de las mujeres que tenían -recordar la nota sobre la Poligamia-, y casarse con una sola, legítima, por el sacramento del Matrimonio. Antes se rehusaban de plano a hacerlo, pero después de la aparición lo hicieron, como dice el mismo Motolinía, en Historia de los Indios..., trat. 2, cap. 7, no. 242.
Fray Juan de Zumárraga en carta al Capítulo General de Tolosa, con fecha de 12 de junio de 1531 (o sea, antes de la aparición) decía que "por manos de nuestros religiosos [...] se han baptizado más de un millón de personas..." GARCÍA ICAZBALCETA Joaquín, Don Fray Juan de Zumárraga, México, 1881, Documentos, No. 8, p. 61.
Aunque suena exagerado eso de "más de un millón"; lo aceptaremos de momento, para compararlo con una serie de cifras más detalladas y por zonas de México que proporciona Motolinía, en Historia de los Indios..., trat. 2, cap. 3, titulado expresivamente "De la prisa que los indios tienen en venir al bautismo, y de dos cosas que acontecieron en México y en Tezcuco", y donde, en el no. 208 dice:
"Y después que esto se ha sacado en blanco se han bautizado más de quinientos mil, porque en esta cuaresma pasada del año de 1537, en sola la provincia de Tepeaca se han bautizado por cuenta más de sesenta mil ánimas; por manera que, a mi juicio y verdaderamente, serán bautizados en este tiempo que digo, que serán quince años, más de nueve millones de ánimas de indios".
Un testimonio más es el de López de Gómara, quien deja también claro que los conversos son varios millones. Puesto que no dice a qué fecha se refiere, tomaré como referencia la fecha en que se publicó su obra (1553), y dice: "Unos dicen que se han bautizado en la Nueva España seis millones de personas, otros ocho, y algunos diez. Mejor acertarían diciendo que no hay por cristianizar persona en cuatrocientas leguas de tierra [400 leguas son 2400 km.], muy poblada de gente: loado sea Nuestro Señor, en cuyo nombre se bautizan.... Por su manera de decirlo, concuerda notablemente con Bernal Díaz del Castillo, quien dice: "... se han bautizado desde que los conquistamos todas cuantas personas había, así hombres como mujeres, y niños que después han nacido..." (en Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, cap. 209).
Empero, esta manera de ver la conversión india sin tomar en cuenta las apariciones guadalupanas resulta denigrante para los INDIOS, quienes -según esto-, tenían tan poca estima de su religión y su cultura, que se deshicieron de ambas con la sola palabra de advenedizos que, además, no les concedían más que ser "para siempre súbditos y discípulos".
Pero no fue así. Los indios, como pocos pueblos en la Historia, apreciaban tanto su religión como para dar la vida por ella, y no en forma de un grupo de mártires, sino TODOS ELLOS, una nación completa, incapaz de rechazar la Vieja Regla de Vida, hasta que, con el mensaje de Ometéotl que les entregó la Santísima Virgen, pudieron entender que la fe cristiana no era sino el corolario y perfección de la suya misma.
Por fin los indígenas y los españoles, con la Virgen de Guadalupe de por medio, aceleraron y consolidaron un mestizaje profundo, fuerte y duradero que dio como resultado a la nación mexicana.
«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»
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