Por: Querien Vangal
Diciembre / 2006
Toca a los cristianos denunciar y alzarnos frente al progresivo arraigo en nuestras sociedades de una cultura de la muerte que lleva al desprecio sistemático de la vida sin repercusión jurídica
El valor incondicional de la vida humana, la dignidad sagrada del matrimonio y la familia, la libertad de los padres en la educación de los hijos, son cuestiones que hoy en la vida pública no admiten componenda, renuncia ni negociación.
Los cristianos tenemos el derecho de reclamar el lugar que nos corresponde y tenemos tareas obligadas en ellos: la dignidad de la persona humana, los derechos naturales que le son propios, derechos superiores que tenemos por el hecho de nacer, derechos naturales de raíz divina e intangibles para el legislador, que deben ser nuestra referencia constante.
Hay aspectos en la vida pública respecto a los cuales los cristianos tenemos no el derecho, sino el deber moral de recordar el sentido y la trascendencia de lo que está en juego.
Por ello, toca a los cristianos denunciar y alzarnos frente al progresivo arraigo en nuestras sociedades de una cultura de la muerte que lleva al desprecio sistemático de la vida sin repercusión jurídica y frente al desconocimiento de los derechos de los más débiles, frente a las legislaciones que tergiversan, difuminan y desnaturalizan la concepción natural del matrimonio y la familia.
Debemos denunciar la ordenación de un sistema educativo que no atiende realmente la dimensión espiritual del hombre, y que no protege suficientemente el derecho de los padres a que los hijos puedan educarse de acuerdo con sus convicciones morales.
La vida humana es valor fundamental. Son valores irrenunciables la dignidad intrínseca de cada hombre, la vida humana como valor fundamental y el valor de la identidad singular de todo ser humano, cuestiones que son a veces olvidadas por la ciencia y la tecnología actual.
Es lamentable que la sociedad actual prefiera el entretenimiento, la innovación y la tecnología sin rumbo, o la moda como frivolidad. Cuestiones reflejadas en el arte, la literatura, el teatro, el cine y los medios de comunicación, frente a la trascendencia y la espiritualidad, valores fundamentales en la vida humana, no tienen significado.
Esta ideología inmanente lleva a consecuencias desastrosas: la ética está en lo que decide la sociedad o la mayoría de un grupo humano, recordemos que por la historia conocemos las trágicas consecuencias de estas categorías mentales.
«La vanidad es la gloria de los pobres de espíritu»
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