El pueblo italiano conserva el siguiente pensamiento latino, generalmente expuesto en la puerta de entrada a la casa: "Que tu camino sea alegre, pero más alegre tu retorno".
Tal vez, con un dejo de amargura, alguien podría pensar: yo no puedo decir que mi regreso a casa es alegre porque nadie me espera y, si hay alguien, tampoco tiene consideraciones conmigo. Esto puede ser cierto, pero, no es el modo de afrontar esta realidad para corregirla. La postura adecuada consiste en salir de sí y pensar ¿y yo que hago para que los miembros de mi familia deseen regresar a casa?, ¿qué hábitos familiares cultivo para beneficiar a mis parientes?
Los servicios en el hogar para satisfacer las necesidades de los miembros de la familia, son medios para lograr que los demás estén contentos. Pero esos servicios han de realizarse con un estilo adecuado a la categoría de todo ser humano, por el simple hecho de ser persona. Y, además, porque quien los desempeña también es persona y ha de ser consciente de que para demostrar su valía ha de actuar también a la altura de su condición. Los padres de familia tienen mucho quehacer para enseñar este enfoque. Con frecuencia son culpables porque desprecian los trabajos domésticos y provocan que nadie quiera dedicarse a ellos. Más tarde, todos sufrirán las carencias por el abandono de esas labores.
El modo de ayudar a regresar a casa a los miembros de la familia y lograr que lo hagan con verdadera ilusión consiste en proponerse realizar aportaciones personales para halagarlos en sus demandas de alojamiento, alimentación, vestido y relaciones interpersonales. En primer lugar se trata de cubrir esos servicios, en segundo lugar realizarlos con actitudes amables, desinteresadas y oportunas. Por tanto, se necesitan conocimientos y habilidades para realizar esas labores y, un decidido empeño por adquirir virtudes. Así, es posible lograr un ambiente acogedor que fomente el respeto y las manifestaciones de cariño.
Tal decisión ya supone un enorme adelanto personal, sin embargo, eso es poco, hay que lograr que los demás se hagan planteamientos similares. Esto quiere decir que no basta con hacer, hay que hacer que hacer. Entusiasmar y lograr convencer del bien que reditúa ver contentos a los demás. Cuando alguien está contento es más fácil que tenga apertura para asumir sacrificios en beneficio de quienes le son cercanos.
La vivienda
Respecto al alojamiento todos deseamos un lugar limpio, funcional y bonito. Además, el espacio ha de dividirse en uno donde se puedan realizar actividades que requieren aislamiento –planeación, estudio, descanso... –, y otro donde se fomente la convivencia, donde se puedan compartir experiencias, proyectos o, simplemente comentar éxitos o fracasos. O estar con otros, sentir la compañía. Quien se ocupa de mantener en buen estado los respectivos sitios ha de enseñar a que quienes disfrutan de ellos pongan interés y esfuerzo por mantenerlos en buenas condiciones. Hay padres que se sacrifican por tener todo dispuesto y soportan sin corregir los deterioros que ocasionan los hijos. Luego, llega el momento de la queja porque nadie aprecia el trabajo que hay detrás de tanto bienestar. No se dan cuenta que mucha culpa es de ellos por no haber hecho que todos colaboraran y, de ese modo práctico, descubrieran el misterioso encanto del esfuerzo.
La comida
La alimentación exige todo un ritual en la preparación de los ingredientes, la presentación agradable de los platillos, a la temperatura adecuada. En una mesa bien montada –mantelería y adornos, loza, cubiertos, cuchillería...- que invite a estar allí a compartir, a conversar, a disfrutar. Es un servicio comparable a la prestidigitación, es efímero, desaparece tan pronto cumple su función, pero deja un pozo de satisfacción física y espiritual. Para lograr estos resultados hay que estar dispuestos a ver desaparecer en poco tiempo aquello que ha requerido bastante dedicación. Alrededor de una mesa se aprende a compartir, a sacrificarse para que el alimento alcance a los demás, a controlar los deseos de devorar aquello que más gusta. A descubrir si alguien está inapetente por tristeza o por enfermedad. Se aprende a comer: a apreciar los sabores, a utilizar los cubiertos, a adoptar un ritmo adecuado, a ser sobrios: sin ingerir de más o de menos. Un ambiente así facilita la conversación que implica decir y escuchar, se fomentan los lazos entre los comensales y se profundiza en el conocimiento mutuo. La comida familiar es la oportunidad de que los padres descubran las tendencias de los hijos, quién es oportunista, quién es servicial, quién es desganado y quién avorazado. Quién capta las necesidades de los demás y quién ni cuenta se da. Por último, queda la participación de todos para recoger los sobrantes, lavar los utensilios, guardar todo, hasta la próxima reunión.
Cuántas virtudes se pueden conseguir con el buen uso del estar alrededor de una mesa. Cuántas oportunidades desperdiciadas cuando se suprimen esos momentos por un confuso sentido práctico del aprovechamiento del tiempo. Cuántas buenas maneras se han olvidado por no compartir los encuentros en el comedor. Lo más importante de este aspecto de la vida es el desinterés, lo efímero no es, tal vez, económicamente redituable y, sin embargo, deja en lo más profundo un acervo de sentimientos que forjan la personalidad.
El vestido
La elección del vestuario dentro de la casa es un capítulo importantísimo, pues allí se puede aconsejar con acierto el tipo de ropa más adecuado según las características físicas y las actividades por realizar. En familia es posible aprender a estar a la moda adecuando las tendencias a la propia manera de ser. Esto hace posible la ingeniosa combinación de la moda a mi manera. Cuando los miembros de la familia están ausentes y no intervienen con sus aportaciones, las personas quedan inermes ante los dictados de los diseñadores, la siguen como esclavos porque les falta el apoyo que les da seguridad para manifestar su originalidad. Cuando faltan estos consejos tampoco se adquiere el criterio para distinguir el modo de presentarse según los eventos y se pierde el sentido de oportunidad, por eso, se usa la misma ropa para cualquier circunstancia y se usa como la usan los demás para no correr el riesgo de la crítica, todos se visten igual.
Relaciones interpersonales
Cada uno de estos tres servicios tiene su finalidad propia, pero, todos coinciden en el objetivo de fomentar buenas relaciones interpersonales. Al compartir la responsabilidad de cubrir las necesidades, las personas desde muy temprana edad aprenden a conjugar el nosotros. El cuidado y la atención a los demás es la característica que distingue a los humanos. Por lo tanto, descubrir el servicio directo a la persona, en lo cotidiano y en la dimensión frágil y precaria, es el modo de devolver a la sociedad deshumanizada un rostro humano.
El reto consiste en lograr que la familia redescubra su papel de humanizar a la sociedad por medio del cuidado y del servicio directo y constante a sus miembros.
Los valores que se comparten
En lo profundo de aquellas actividades realizadas para beneficio de los demás siempre hay un sin número de valores compartidos. Haremos una somera descripción de algunos de los valores presentes en los diferentes servicios en el hogar. Cuando se trata del alojamiento los valores más patentes son el sentido de pertenencia y de identidad. El sistema alimenticio propicia la apertura, la comunicabilidad, el equilibrio, el espíritu de observación y la sensibilidad para compartir. El atuendo manifiesta respeto, protección de la intimidad, sentido de oportunidad.
Todos estos valores mejoran las relaciones humanas próximas y remotas.
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