martes, 25 de mayo de 2010

La toma de la Bastilla

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel

julio / 2007

 

 

El devenir de la humanidad está salpicado de historias de opresión, de explotación salvaje, de abusos más allá de lo infrahumano de los más fuertes a los débiles. Así ha sido siempre, ¿así siempre será?


Cada época ha tenido a sus dictadores, a sus salvajes tiranos, a sus sistemas de opresión perfectamente aceitados para funcionar como maquinarias de justificación perfecta para que el lujo, confort, despilfarro y orgía de la suntuosidad de una minoría, se alimente del hambre, carencias vitales y desgracia de muchos, ¿la ley del más fuerte?, ¿selección natural?

Cuándo el desequilibrio social toca los linderos de la fatalidad, rompe los diques del instinto vital de las masas oprimidas y surgen las revoluciones: libertad o muerte.  El problema es que las revoluciones, una vez entronizadas, se convierten en dictaduras opresoras peor que las que combatieron.  Ejemplos sobran: Rusia, Cuba, Irak, por nombrar las más significativas, y en ciernes: Venezuela.

14 de julio de 1789, el pueblo francés tomaba por asalto la Bastilla, prisión del Estado, emblema y signo de la injusticia, de los monstruosos atropellos del absolutismo. La libertad de los presos políticos allí cautivos era la primera asonada contra un régimen que se desmoronaría victima de sus abusos y errores. Cada sistema político y de gobierno corrupto, suele ser victimario y víctima. Para cada régimen de gobierno existe un tope de supervivencia, un margen de error insalvable: la bestialidad de la desigualdad que pretende robar la dignidad humana.

Luís XVI, había heredado un país enfermo a causa de la fastuosidad y derroche que la vida cortesana vivía. Trató de mejorar la situación, pero hay golpes de timón que se dan demasiado tarde. Su misma esposa María Antonieta, lo presionaba para que los privilegios de la corte se mantuvieran inamovibles.

La estructura social de Francia estaba demasiado enraizada en sus vicios y canonjías, la sociedad constituida por los Estados Generales, se dividían en Primer, Segundo y Tercer Estado. El Primer Estado correspondía al alto clero, el Segundo, a la nobleza y el Tercer Estado o Estado Llano lo conformaba el pueblo: burgueses, obreros y campesinos.

Todo ejercicio del poder injusto tiene su ideología que lo sustenta, nutre y fortalece.

Bien se dice que el hambre aguza el ingenio. El hambre más pertinaz, revolucionaria, es la de justicia. Entre los intelectuales revolucionarios franceses estaban Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Diderot, Locke, entre otros. El pensamiento filosófico de dichos personajes estaba en desacuerdo con el gobierno absolutista, con la concentración de poderes y con la división de las clases sociales.

El tercer estado por supuesto que prestó oídos a la ideología contestataria, incluso algunos nobles como el duque de Orleáns, primo del Rey, y Gilberto Lafayette quien había luchado a favor de la independencia de las 13 colonias de Norteamérica difundían ideas democráticas.  Lafayette luchaba por llevar a cabo un Asamblea Nacional en la que los asuntos neurálgicos de la vida nacional pudieran debatirse tomando en cuenta el voto del Tercer estado 96% de la población.

El Rey ordenó que cada Estado sesionara por separado y los votos se contaran por estado, desde luego que no le convenía un voto por cabeza cuando la mayoría de la representación partía del Tercer Estado. En la marejada de la discusión para llevar a cabo la Asamblea Nacional Luís XVI, vio la oportunidad de cancelarla.

El polvorín estaba listo, la mecha encendida. El 9 de julio de 1789, la Asamblea tomó el nombre de constituyente porque iba a elaborar la primera constitución de Francia.

La agitación social se desencadenó encabezada por el Duque de Orleáns, los campesinos dejaron de pagar impuestos y empezaron a realizar saqueos.

Mirabeau y Robespierre organizaron el Club Bretón que posteriormente fue identificado como el Club de los Jacobinos por sesionar en un convento jacobino, se organizaron otros clubes más.

El Tercer Estado, los diputados del pueblo, en su mayoría obreros, marcharon a la Bastilla para liberar a los presos políticos. Al grito de libertad, Igualdad, Fraternidad o muerte, caía el bastión de la infamia y el emblema de un sistema de opresión que se pudría en sus propios errores.

14 de julio de 1789, toma de la Bastilla, destierro de un sistema de gobierno.

Libertad, Igualdad, Fraternidad: carta de naturalización de la humanidad. Utopía y realidad en pugna mientras el hombre sea hombre.

 

 

 

 

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