sábado, 21 de agosto de 2010

Carta a un empresario en crisis


Por: Antero Duks

Noviembre / 2007

 

 

Amigo mío, sólo unas pocas palabras. Las deudas te cercan, vives angustiado, con miedo, deprimido por unas circunstancias que no terminan de empeorar. Temes por tu familia, por tus trabajadores, por el futuro. Amigo, yo no sé nada de economía ni de riesgos crediticios o préstamos imposibles. Pero sé que esto está ocurriendo porque Dios lo permite para tu bien. No es un golpe del azar, ni una adversidad casual. Es la Providencia amorosa de Dios que te acerca a Su Cruz. Para que así descubras una perspectiva que no viene dictada por los bancos y demás usuras. Una perspectiva que, desde el sufrimiento, va a lograr que descubras por fin la felicidad de tu fe y el valor infinito de tu creencia.

 

Esto que te digo no es un consuelo barato, como de segunda mano. Lo que está en juego es el alma de tu vida, es tu santidad. Desde el dolor descubres que vivías superficialmente el destino eterno de tus días. Trabajabas, trabajabas mucho y bien, pero era tanto el trajín que llevabas, que en tu agenda apenas cabía un poco del amor de Dios. Apenas. Y ahora, cuando llega el áspero tacto de la contradicción, sabes que aunque no acabas de entenderlo del todo, es la hora de pensar en el divino misterio de la Redención. Porque es ahora cuando estás viviendo una continua misa, un ofrecimiento total de tu vida. Aprovecha el impulso de tus miedos. Debes reconvertirlos en un confiado abandono a la voluntad de Dios.

 

Los más grandes negocios no se hacen con dinero amigo mío. Se hacen con las bienaventuranzas. ¿Recuerdas? Los limpios de corazón verán a Dios, los mansos poseerán la tierra, los que lloran serán consolados, los pobres serán los dueños del Reino de Dios… ¿Recuerdas? Y es que nuestras vidas están desquiciadas, damos tumbos buscando la felicidad en un paraíso material que nos comprime el alma en una tremenda amargura. Porque se trata de ser feliz. Y es posible ser feliz, feliz de verdad, aunque el dolor haga su aparición o las deudas parezca que te dejan sin un aliento de esperanza. Desde la perspectiva de la Cruz verás la alegría. Nítida, luminosa, como recién resucitada. Quizá asome en las caricias de tu mujer o en los abrazos de tus hijos. Sobra todo lo demás.

 

Desde ahora quizá tu empresa más perfecta sean las almas. Como lo lees. Ayudar a los demás a descubrir ese gozo, ese amor que tenemos tantas veces escondido bajo muchas capas de indolencia. Y que tú, gracias a Dios, estás descubriendo de nuevo. Porque eres testigo de que el Señor ha pasado a tu lado y quiere que le sigas. Desde tu trabajo -sea el que sea- y con tu familia. Cuídate mucho amigo mío. Un fuerte abrazo.


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