martes, 24 de agosto de 2010

El paternalismo de la sociedad civil

 

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

 

Diciembre / 2007

 

 

Parece que llegó el momento de la caridad política, de la participación ciudadana con inteligencia y mirada de largo alcance

 

Durante muchos años, los mexicanos nos quejamos del paternalismo del gobierno, quien decidía por los ciudadanos y nos decía lo que nos convenía y lo que debíamos hacer. El resultado de esta forma de hacer política hizo de nosotros, súbditos que no nos atrevíamos a pensar por nosotros mismos y mucho menos a actuar con autonomía.

 

Esta dependencia no es exclusiva de México ni es ajena a la Iglesia. En 1979, Juan Pablo II, refiriéndose a la Iglesia, también nos habló del tema y nos dijo: «Es necesario evitar suplantaciones y estudiar seriamente cuándo ciertas formas de suplencia mantienen su razón de ser. ¿No son los laicos los llamados, en virtud de su vocación en la Iglesia, a dar su aporte en las dimensiones políticas, económicas y a estar eficazmente presentes en la tutela y promoción de los derechos humanos?» (Inauguración de la III CELAM, Puebla).

 

Pero el asunto se soslayó y quedó casi olvidado. Sin embargo, con la lenta pero continua visibilización de la sociedad civil, un sector de los ciudadanos se fue organizando y asumiendo tareas y responsabilidades, frecuentemente venciendo obstáculos culturales y legales.

 

El problema es que muchas organizaciones de la sociedad civil (OSC), cuando detectan problemas, buscan la manera de resolverlos: niños de y en la calle, personas con capacidades diferentes, ancianos, mujeres maltratadas, marginación, exclusión, atención médica... Y hay que decir que lo hacen bastante bien y que si no lo hicieran, los vacíos serían muy graves. Algunos miembros de las OSC incluso trabajan convencidos de que su empeño es una manera de verificar su fe en Cristo y ponen alma, vida y corazón en sus actividades.

 

No hay duda, pues, que frente a un mundo fragmentado e individualista que sólo se ocupa del éxito, de una búsqueda acelerada de nuevas sensaciones, de ganar más para consumir más, y que se ha vuelto frío e indiferente frente a la religión, las organizaciones de la sociedad civil representan un oasis en el desierto. Con cierto orgullo hablamos de muchas miles de organizaciones, pero quizás hemos sido paternalistas, es decir, hemos asumido responsabilidades que le corresponden al gobierno y al Estado.

 

Las OSC enfrentan el riesgo de ser paternalistas, autosubsidiarias: hacen lo  que les toca a otros. Por un lado suplen o sustituyen lo que le toca al gobierno y se contentan con los programas de coinversión donde el gobierno aporta una parte y ellas la otra... ¡y todavía lo agradecen!, cuando en realidad la responsabilidad es del gobierno. Y del otro lado, estas organizaciones, algunas veces quitan responsabilidades a los sujetos que padecen el problema, al no buscar que los sujetos asuman sus responsabilidades.

 

Tal vez el camino va por otro lado: organizarse, sí, pero no para atender las consecuencias de los problemas, sino para exigir al gobierno que cumpla cabalmente su tarea. Si los miles de usuarios del agua, de los servicios médicos, de la educación, etcétera, se organizaran y exigieran sus derechos, seguramente el resultado sería otro.

 

Se ha dicho que los cristianos somos buenos enfermeros pero malos médicos, es decir, que atendemos las consecuencias de la pobreza y de la injusticia, pero no las causas estructurales de las mismas. En efecto, frente al empobrecimiento, la exclusión, la enfermedad o los desastres, surge espontáneamente el sentimiento  de misericordia, de solidaridad, de amor al prójimo, pero generalmente atendemos las consecuencias y no las causas.

 

Ya el Vaticano II había orientado la acción de los creyentes al advertir entre las características del ejercicio de la caridad que «se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los defectos, y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos» (Apostolicam Actuositatem 8).

 

Parece que llegó el momento de la caridad política, de la participación ciudadana con inteligencia y mirada de largo alcance. No se trata de despreciar la solidaridad de las organizaciones de la sociedad civil ni de buscar el autismo social o el individualismo, sino de reconstruir el tejido social, donde las personas podamos asumir responsabilidades con propósitos que vean más lejos y que resulten eficaces, y entre las acciones que hemos de promover está el exigir al gobierno que haga su tarea, en una especie de permanente auditoría ciudadana.

 

Hemos de recuperar la antigua distinción del equilibrio entre "potestas" y "autoritas". La "potestas" o soberanía es del pueblo, quien delega la autoridad o capacidad de ejecución al gobierno.

 

Juan Pablo II, en su discurso a la Academia de Ciencias Sociales, destacó que «las unidades sociales más pequeñas -naciones, comunidades, grupos religiosos o étnicos, familias o personas- no deben ser absorbidos anónimamente por una comunidad mayor, de modo que pierdan su identidad y se usurpen sus prerrogativas. Por el contrario, hay que defender y apoyar la autonomía propia de cada clase y organización social, cada una en su esfera propia. Esto no es más que el principio de subsidiaridad, que exige que una comunidad de orden superior no interfiera en la vida interna de otra comunidad de orden inferior, privándola de sus funciones legítimas; al contrario, el orden superior debería apoyar al orden inferior y ayudarlo a coordinar sus actividades con las del resto de la sociedad, siempre al servicio del bien común (cfr. Centesimus Annus 48). Es necesario que la opinión pública adquiera conciencia de la importancia del principio de subsidiaridad para la supervivencia de una sociedad verdaderamente democrática» (23.II.2000).

 

La subsidiaridad exige no hacer lo que corresponde a otros. Aún más, supone hacer a los demás partícipes de sus propias responsabilidades. Más que una ayuda, las OSC deben limitar y exigir la acción promotora del gobierno, a la vez que analizar las causas estructurales del círculo infernal de la pobreza y la injusticia que atienden para provocar que la gente se vuelva autónoma y autosuficiente

 

 

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario