Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel
Enero / 2007
La eutanasia ha vuelto a estar de moda y es, más que un concepto, una práctica que varía en razón, no de una prescripción ética rigurosa, sino de apreciaciones subjetivas y propagandísticas de quienes proponen su legalización. En el fondo de esta práctica hay una mentalidad irrespetuosa del derecho a la vida, una consideración superficial de la dignidad humana que en ese caso se la ve reducida a la apariencia del paciente, una ignorancia respecto de los avances científicos de la medicina en materia del combate al dolor y, en muchos casos, la incomodidad de familiares y amigos que prefieren adelantarse a la muerte natural.
En general, el término de eutanasia se utiliza para designar buena muerte (del griego eu – tanathos); ayudar a morir sin dolor. Muerte provocada para evitar los sufrimientos de un enfermo incurable que padece grandes dolores. Puede ser llevada a cabo por el propio paciente, en este caso se suele considerar legalmente como un suicidio, o por las personas encargadas de su cuidado, en este caso la mayoría de las legislaciones del mundo lo consideran homicidio. Es importante tener claro el significado de las palabras para evitar acepciones como "la muerte dulce" o "la muerte digna" y desviar la atención del hecho central, de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, con su consentimiento y también sin él.
La tendencia general a prolongar la vida mediante los avances de la medicina, así como el reconocimiento cada vez más generalizado de que el derecho a la vida es el primer derecho inalienable del hombre. Sin la vida es la razón de ser de cualquiera otro derecho pierde significado. Sin embargo, ha habido momentos históricos, en que movimientos racistas han utilizado la eutanasia para sacrificar a quienes pertenecen a la raza a la que consideran inferior o inconveniente para sus fines egoístas, con lo cual han atentado contra dignidad humana.
La dignidad humana es un valor que se encuentra en la esencia misma del hombre, en su capacidad de formar parte del mundo, trascenderlo y que por ello tiene la aptitud de transformarlo, y esta es una tendencia natural en él, por lo que puede afirmarse que este valor lo posiciona en un orden superior con respecto a los demás seres del mundo, independientemente de su condición de salud y aún de sus capacidades.
Esta dignidad es un valor que puede reconocerse en uno mismo o en los demás, pero ni podemos otorgarlo ni está en nuestras manos retirárselo a alguien. Es algo que nos viene dado, es anterior a nuestra voluntad y reclama de todos una actitud proporcionada, adecuada y respetuosa. Es un valor supremo existente por igual en todos los seres humanos; sin embargo, en razón de ideologías que ven en esa dignidad un valor meramente cosmético, sus seguidores pueden ignorarlo y rechazarlo.
En la ética, positivista y el empirista se afirma que bueno y malo son juicios irracionales o puro objeto de impresiones o reacciones emocionales. Así, los valores como la vida y la dignidad humana, para estas maneras de pensar son sólo asuntos subjetivos o establecidos por consenso, lo que conduce al relativismo. Así, el grupo podría acordar que una raza determinada no pertenece al género humano o, lo que es lo mismo, no posee dignidad y por tanto se les puede asesinar sin miedo al castigo.
Lo mismo puede pensarse, por consenso, desde una idea superficial o puramente estética de la dignidad, al pensar que esta se pierde por las disfunciones que causa una enfermedad grave, dolorosa y terminal, y que entonces permite pasar por alto el hecho fundamental de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, con todas las agravantes, con o sin su consentimiento, para evitarle padecimientos por no tener la voluntad de reducirle el sufrimiento sin privarle de la vida.
La tendencia a evitar el dolor es una reacción natural en el hombre, que no por ello no tendrá que padecer dolores a lo largo de su vida, pero trastocar la vida para convertir la falta de dolor en un valor supremo es una actitud que niega su propia naturaleza porque en ella, en su existencia el dolor es inevitable, y convertir la falta de dolor en un absoluto puede llevar a cometer injusticias y actos censurables por antihumanos.
La abolición cada vez más generalizada de la pena de muerte representa un progreso humanitario; sin embargo, con la legalización de la eutanasia se daría un paso atrás otorgando el poder sobre la vida, que antes tenían los jueces, a los médicos. Con esto se recrearía una variedad de muerte legal absolutamente inaceptable, contraria a la dignidad de la persona y contraria también a los orígenes de la práctica medica que, de acuerdo con el juramento de Hipócrates establece: "No me avendré a pretensiones que afecten a la administración de venenos, ni persuadiré a persona alguna con sugestiones de esa especie; me abstendré igualmente de suministrar abortivos a mujeres embarazadas".
«El respeto a la ley enaltece nuestro espíritu»
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