martes, 9 de febrero de 2010

La caldera de Calderón

Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel

Enero / 2007

 

En circunstancias dramáticamente desfavorables, desde el mes pasado México finalmente tiene un nuevo Presidente. Felipe Calderón prestó juramento para asumir funciones, desafiando la ira de su oposición de izquierda, siendo más listo que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y su líder, Andrés Manuel López Obrador, pero también pagando un precio alto. Todos los programas de noticias de la televisión y las portadas de los diarios del mundo publicaron el mismo titular: "Nuevo presidente mexicano asumió en medio de caos y trompadas".

 

Las instituciones mexicanas soportaron —a duras penas— la embestida violenta de una oposición de izquierda prácticamente insurreccional, avocada inútilmente a impedir la asunción de Calderón, y de un Partido Revolucionario Institucional (PRI) resentido, cada vez más dedicado a permitirle a Calderón que asumiera funciones, y luego fracasaron de manera miserable. Calderón superó obstáculos aparentemente insuperables en el camino hacia la Presidencia. Sin embargo, la lucha para gobernar y transformar a México acaba de empezar.

 

La mayoría de los analistas mexicanos –que son exageradamente tendenciosos--   creen que a Calderón debería resultarle relativamente fácil tener un mejor desempeño, en relación al fracaso en gran medida auto-infligido del mandato del saliente presidente Vicente Fox.  México necesita crecer a un ritmo que aproximadamente duplique el de la presidencia de Fox (un magro 2% anual).  Si Calderón puede fortalecer la ley y el orden, y usar sus considerables habilidades políticas para llegar a un acuerdo con el PRI en materia de reformas económicas estructurales, tendrá éxito.

 

Sin embargo, esta visión es simplista. El mandato de Fox, junto con los últimos cuatro años del mandato del ex presidente Ernesto Zedillo, prácticamente no fue un fracaso. Desde los años 60 que México no había tenido 10 años consecutivos de estabilidad económica, baja inflación, bajas tasas de interés, una moneda estable y un crecimiento constante aunque mediocre. Por primera vez, la clase media baja pudo acceder a hipotecas, créditos para automotores y créditos personales: este año se construyeron y se vendieron más casas y se compraron más autos que en cualquier momento antes.

 

De la misma manera, si bien a Fox se lo puede criticar por no apretarles las clavijas a los manifestantes y a una oposición destructiva y extremista, nunca recurrió a la represión sangrienta por la que se llegó a conocer a la mayoría de sus antecesores. Es más, hizo que México abandonara su política exterior arcaica y transformó a la inmigración y a los derechos humanos en el eje de la nueva agenda internacional de México.

 

A Calderón tampoco le está resultando fácil negociar con el PRI, al no poder formar un gobierno de coalición que, según él mismo proclamó en repetidas ocasiones, es la solución para la parálisis total que maldijo a México desde 1997. Más allá de cuáles puedan ser las ventajas de un gabinete cuyos miembros son exclusivamente de su Partido Acción Nacional (PAN), esto no es lo que Calderón buscaba. De la misma manera, fue imposible llegar a un acuerdo con la oposición respecto de la ceremonia de inauguración —de ahí las escenas caóticas y deprimentes de congresistas peleando en su recinto, mientras a Calderón entraba –y después salía--  por la puerta trasera para una ceremonia apresurada.

 

Los problemas económicos de México podrían ser más difíciles de manejar de lo que muchos analistas parecen creer. México experimentó una apertura económica abrupta durante el gobierno del ex presidente Carlos Salinas en 1988-1994; una apertura política tardía, pero exitosa, bajo la presidencia de Zedillo en 1994-2000 y, al fin, una verdadera rotación en el poder gracias a Fox. Pero los cimientos del viejo sistema corporativista del PRI creado en los años 30 siguen siendo intocables y representan los principales obstáculos para el crecimiento y el éxito de México.

 

El primer pilar de este sistema son los monopolios económicos públicos y privados que dominan al país. Las compañías estatales de petróleo (Pemex) y de energía eléctrica (Comisión Federal de Electricidad) no tienen competencia. Los monopolios privados de telecomunicaciones (Telmex), de televisión (Televisa), de cemento (Cemex), de fabricación de pan y tortillas (Bimbo y Maseca, respectivamente), de bancos (Banamex/Citigroup y Bancomer/Banco de Bilbao) pueden tener competencia en el exterior, pero no fronteras adentro. Estos monopolios son más fuertes que nunca y, en consecuencia, se resienten los precios, la oferta, el servicio y la calidad.

 

El segundo pilar está formado por los sindicatos que controlaron el movimiento obrero mexicano desde los años 30. Estos sindicatos gozan de prerrogativas de contratación y despido, elecciones de líderes por aclamación, cuotas obligatorias sin transparencia y un inmenso poder político. El sindicato de maestros es el más grande de América Latina, el sindicato de los trabajadores del petróleo es el más rico de América Latina y el sindicato de empleados de seguridad social ha bloqueado durante años cualquier intento de reforma sanitaria o de las pensiones.

 

El tercer pilar del sistema es el monopolio político. Durante 70 años, el PRI dominó por completo la política mexicana; hoy lo hacen tres partidos y ningún otro puede entrar en la arena política o acceder a los enormes subsidios públicos —más de 500 millones de dólares el año pasado— distribuidos entre estos partidos sin su consentimiento. Los principales partidos redactan su propia legislación antimonopolio, votan sus propios subsidios y eligen a sus propios funcionarios. La falta de una reelección consecutiva en cualquier nivel refuerza el poder de las máquinas partidarias: eligen candidatos que luego los votantes simplemente ratifican en las urnas.

 

De modo que los desafíos de México se reducen a liberar al movimiento obrero, romper los monopolios privados y abrir los monopolios públicos a la competencia, y reducir las barreras de entrada que restringen el acceso a la arena política. Estas tal vez no sean condiciones suficientes para el éxito, pero de hecho son necesarias.

 

Calderón debe fortalecer su presidencia desde el principio. Cargar contra los que realmente tienen el poder quizá sea la única manera de lograrlo, por más riesgoso que pueda parecer. Elegido con apenas el 35% de los votos, sin una mayoría en el Congreso y asumiendo la presidencia en vísperas de un retraso económico de Estados Unidos, las cosas serían difíciles de todas maneras. Dado que aproximadamente una tercera parte del electorado no cree que haya ganado justamente, y en vista de la precariedad del imperio de la ley en el país, la postura de Calderón es mucho menos que envidiable. La cautela y la paciencia tal vez no sean sus mejores consejeros.

 

Dadas las condiciones prevalecientes señaladas, resulta muy importante señalar la importancia que tiene la participación ciudadana, pero que esta sea no de nombre o de enunciado discursista, sino que debe ser real y, efectiva.  Me atrevo a asegurar que el éxito de cualquier gobierno depende de esta participación, un gobierno, sea cual sea y de donde sea, jamás podrá tener éxito si la sociedad lo deja a su solo arbitrio.  En México nos hemos caracterizado por conformar una sociedad exageradamente pasiva, nos conformamos, como se dice vulgarmente, a "sólo verla pasar"; queremos que el gobierno nos resuelva todo, exigimos mucho pero no damos nada.  Seamos honestos con nosotros mismos, reconozcamos nuestras carencias en lo que a voluntad cívica se refiere y tratemos de cambiar por el bien de nuestra patria.

 

 

 

«La ley disciplina nuestro cotidiano vivir»

 




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